Verdeseo

Volver a darnos las manos


El sábado recién pasado finalizó 1.800 horas por la educación, una de las tantas manifestaciones que se han desarrollado en los últimos días a favor del movimiento estudiantil. La idea era simple: correr 1.800 horas alrededor de la Moneda. La cifra se justificaba en razón del número de millones de dólares que, según el economista Marcel Claude, serían necesarios para financiar un año de educación superior.

El origen de la protesta fue difuso, su legitimidad creciente y su final, que pude presenciar, sencillamente emocionante.

Nunca he comprendido a la gente que corre, usualmente he pensado que arrancan de algo que no son capaces de identificar, ni tampoco hacer frente. Creo que  estaba equivocado. Mi lógica suponía la comprensión del correr como un medio, una manera de conseguir algo. Nunca lo visualicé como un fin en sí mismo. Pese a lo anterior puede decirse que “1.800 horas” tenía un fin instrumental: alcanzar las demandas del movimiento estudiantil. Sin embargo, sería difícil pensar que justamente esta manifestación sería la causa que gatillase los cambios esperados. La manifestación, creo, cumplió un fin testimonial: había gente dispuesta a acometer con una actividad que podía aparecer inútil e incluso sin sentido, y estaban dispuestos a hacerlo de manera organizada, pacífica y sobre todo, voluntariosa.

El día sábado, tras 1.800 horas de correr alrededor de La Moneda sin descanso, pese a la lluvia, las lacrimógenas y uno que otro que pedía el retorno de “mi general” (tal como los corredores atestiguan aquí), no era un corredor solitario ni un reducido grupo quienes daban vueltas alrededor de la casa de gobierno. Era una multitudinaria fila continua de personas de toda edad, género y apariencia quienes corrían. En ellos estaba el testimonio y ellos eran el testimonio de quienes quieren otra educación, pero también, otra forma de vincularnos en sociedad.

Quizás una de las consecuencias más nefastas, y perdurables, de los regímenes autoritarios (y qué decir de los totalitarios) sea la capacidad de estos para destruir la confianza social, esto es, desarticulan la capacidad de ver en el otro, el desconocido, alguien en quien poder depositar confianza. ¿Qué tiene esto que ver con lo de “1.800 horas”? Desde mi perspectiva no poco. Al finalizar la manifestación aquella larguísima fila de ciudadanas y ciudadanos se convirtió en una suerte de ronda. Era a través del sinnúmero de manos tomadas que circulaba la bandera de “Educación gratuita ahora”; el signo de protesta circuló sobre una red de gente que no se conocía, que probablemente era primera vez que se veían pero que, sin embargo, estaban juntos y tomados de las manos difundían su mensaje.

La imagen puede, incluso, parecer cliché. Mas da cuenta de algo mucho más profundo que ha logrado articular el movimiento estudiantil: la capacidad de convocar a otro y hacernos parte con él en la adversidad de un sistema educativo que, en muchas instancias, no pareciera siquiera buscar la superación de exclusión social existente.

La corrida alrededor de La Moneda, los “cacerolazos”, la masiva participación en las marchas y movilizaciones, el “famoso” Thriller por la educación, la besatón y todas las denominadas “nuevas formas de manifestarse” son tanto una nueva manera de utilizar el espacio público como un signo que la confianza entre quienes habitamos el país comienza, poco a poco, a renacer. Hoy emerge desde la adversidad de un problema común, ojalá mañana lo haga en pos de que todos podamos tener una mejor calidad de vida. Lo bueno, lo importante, es que comenzamos a estar más conscientes que no estamos solos. Y que es bueno no estarlo.

Patricio Velasco

Sociólogo

PS: Se pueden ver fotos de “1.800 horas” aquí.

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